Espectres

Nos contaron que los fantasmas sucedían a los vivos cuando éstos morían. Siempre había sido así. Este es el orden natural, la ley de la vida y de la muerte, la ley de las cosas que son y de las que no.

Pero hoy día los fantasmas ya no son póstumos porque han dejado de vivir en el futuro: están aquí, entre nosotros, indistinguibles, demandando un hueco cada vez mayor entre los fantasmas a los que ya estábamos acostumbrados, los clásicos fantasmas del pasado que se van acumulando a medida que las cosas se desvanecen. “Somos la triste opacidad de nuestros futuros espectros”, dejó escrito Mallarmé.

Estos son espectros del presente, de seres y cosas que aún no ha muerto. Los fantasmas se han adelantado a la muerte para vivir en tiempo real: son la epifanía de lo nuevo, se han hartado de esperar. Estamos obligados, nos guste o no, a hablarles diariamente y nos servimos profusamente de ellos. Pero sucede una cosa: antes, los fantasmas se conducían por mímesis: se parecían al original: hoy, se comportan sin ella, sin dejar de performarnos, como los avatares. ¿Cómo sé entonces que se trata de un fantasma? ¿Qué espacio de veridicción reconocer y aplicar? ¿Una verdad sin veridicción? ¿Qué espacio público y común? Fantasmagoría (phántasmaágora: asamblea de fantasmas). ¿Qué asamblea y qué ágora?

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